Ígor Klepikov
La excesiva fascinación por los antibióticos como remedio universal redujo gradual e imperceptiblemente la percepción de la naturaleza de muchas enfermedades. Hasta la fecha, el tratamiento principal de la neumonía aguda (NA) es similar al tratamiento de enfermedades con diferencias fundamentales en su localización, mecanismo de desarrollo y manifestaciones clínicas, y el resultado de las recomendaciones médicas es una distribución empírica elemental de antibióticos entre diferentes categorías de pacientes. Este enfoque primitivo del tratamiento condujo inevitablemente a la transformación de las opiniones sobre la naturaleza de la NA, que en los últimos años se interpreta cada vez más no como un proceso inflamatorio, sino como un proceso infeccioso (1). La localización de la NA en el sistema vascular del pequeño círculo de la circulación sanguínea es su diferencia fundamental con otros procesos inflamatorios, incluso en el caso de patógenos idénticos. La disminución de la eficacia de los antibióticos y el aumento de la resistencia a ellos de la microflora aumentan cada año la relevancia de este problema. La persistencia de altas tasas de morbilidad y mortalidad en la à  P, el aumento constante del número de formas complicadas, el desmoronamiento de las esperanzas en materia de vacunación y la falta de propuestas estratégicas para superar esta situación nos permiten considerar el estudio de hace treinta años digno de la atención minuciosa de los expertos. Las leyes biológicas de la inflamación, ya bien estudiadas, probadas y aceptadas en forma de definiciones clásicas, han funcionado, actúan y actuarán independientemente de nuestra percepción. Ignorar estos estereotipos nos lleva por el camino equivocado para resolver el problema (2,3).