Félix Cantarovich
Desde mediados del siglo XX, los trasplantes de órganos y tejidos comenzaron a convertirse en un nuevo y sorprendente avance de la medicina manteniendo o recuperando la vida de pacientes inexorablemente condenados a perderla, a través de una alternativa que básicamente ofrecía la muerte misma. La posibilidad del uso de órganos y tejidos de pacientes fallecidos se había convertido en una opción real de éxito gracias a los avances terapéuticos e inmunológicos, dando a la sociedad la posibilidad de reducir el trasplante con donante vivo al mínimo necesario. Si bien las estadísticas mundiales muestran que las encuestas realizadas en todos los niveles sociales muestran una significativa expresión positiva hacia la donación, al momento de la muerte de un ser querido, esta expresa decisión positiva disminuye en un 50%. Lamentablemente, el transcurso de los años, mostró una persistente conducta inadecuada de las personas ante la donación de órganos. Este verdadero drama social requiere un profundo análisis de sus causas para superarlo a todos los niveles. La muerte constante y creciente de pacientes en lista de espera, que sin duda representa una muerte injusta, es ciertamente un acto de lesa majestad que la sociedad produce contra sí misma. Hacer comprender a todos los niveles sociales los detalles básicos de lo que significa para las personas el trasplante de órganos y así mismo, las barreras inhibitorias que impiden su plena conciencia en el momento de la decisión de donar, serán los elementos básicos para luchar contra un nuevo riesgo sanitario mundial: La alternativa de morir esperando el órgano que no llegará a tiempo o nunca. Un filósofo francés Jean Rostand decía, “Para soñar hay que saber”, nuestro objetivo entonces es intentar que la sociedad a todos los niveles, profesional o no, tenga la posibilidad de discernir a través del conocimiento libre de barreras, cuál debe ser su comportamiento para luchar contra la escasez de órganos.