Begoña Prieto Manes
Desarrollar la resiliencia, la capacidad de prepararse, recuperarse y adaptarse ante el estrés, los desafíos o la adversidad, reduce la probabilidad de desarrollar trastornos psiquiátricos como el trastorno de estrés postraumático (TEPT), el trastorno depresivo mayor (TDM) y los trastornos de ansiedad, que se encuentran entre las principales causas de enfermedad y discapacidad en todo el mundo. Esto significa que más de la mitad de la carga financiera de la salud proviene de lidiar con trastornos cerebrales y psiquiátricos. Según numerosas investigaciones publicadas, existen cinco factores psicosociales básicos asociados con la resiliencia al estrés: emociones positivas y optimismo (niveles más bajos de emociones negativas y niveles más altos de capacidad de respuesta en una dirección positiva ante la exposición al estresor), flexibilidad cognitiva (aceptación y atención plena), religión y espiritualidad, propósito o significado de vida, apoyo social y estilo de afrontamiento activo. Por lo tanto, la resiliencia es un sistema complejo holístico en el que intervienen los dominios mental, físico, emocional, espiritual y de estilo de vida. Cada uno de estos dominios se influye entre sí y en el equilibrio entre el riesgo y la resiliencia al estrés. No son solo los eventos estresantes los que determinan la respuesta al estrés, sino más bien los muchos eventos de la vida diaria que crean sistemas fisiológicos que causan privación del sueño, comer en exceso y otros comportamientos disfuncionales. Los estudios biopsicosociales demuestran que promover la resiliencia ayuda a proteger contra las consecuencias destructivas de los factores estresantes y la inmunidad. Lo inverso también es cierto, ya que hay evidencia de que los procesos inmunológicos influyen en la resiliencia. De ahí la importancia de generar conciencia para construir y mantener la resiliencia en la sociedad.